Luis García Montero: "Soy un romántico ilustrado

 



Luis García Montero declina aquella imagen del poeta como “elegido de los dioses” o que lo sitúa en un pedestal por encima de los demás mortales. El escritor andaluz equipara el trabajo del poeta como la de un artesano y lo entiende como un ciudadano más de carne y hueso, por eso es que su prosa no busca figuras grandilocuentes ni usa un lenguaje críptico. A veces esa sencillez en su prosa ha sido cuestionada y ‘ninguneada’, pero también le ha ganado la admiración de miles de lectores que lo han convertido en uno de los escritores españoles más leídos de la actualidad.

Luis García es uno de los  invitados principales de la IV versión del encuentro internacional de poesía Ciudad de los Anillos que se celebra en el marco de la Feria Internacional de libro de Santa Cruz de la Sierra, donde también presentó  Una melancolía optimista, una antología personal editada por Plural en Bolivia. De eso y otros temas conversamos con el autor.

¿Qué hay detrás del Oxímoron que da título a su poemario que se acaba de editar en Bolivia? (Una melancolía optimista)

Alude a un debate en el que he procurado definir mi poesía: la conciencia y el corazón, la lucidez y el deseo. En mi caso, la realidad está compuesta por esos dos extremos. Uno de mis libros se tituló Habitaciones separadas porque un día expulsé a los sueños de casa, afectado por las decepciones, pero empecé a convertirme en un cínico. Y el cinismo es uno de los grandes males de la cultura actual. Por eso volvía a llamar a los sueños, pero les propuse dormir en habitaciones separadas, para vigilarnos mutuamente y no caer en la ingenuidad y el cinismo. Me gusta la poesía que intenta unir la estirpe ilustrada de la razón y la estirpe romántica de la rebeldía y el respeto a los sentimientos. Soy un romántico ilustrado. En esa tensión procuro situar mi poesía.

Realizar una antología personal, como Una melancolía optimista, ¿ no es también una especie de ajuste de cuentas con el pasado?

Claro, así es. Uno elige. Hay que ser muy tonto para leerse a uno mismo con ojos de admiración, y elige aquellos poemas con los que se siente más conforme. Son también aquellos que definen un camino. La memoria es siempre una negociación del presente con el pasado. Ocurre en las sociedades, en las personas y en la poesía. Y eso tiene mucho de ajuste de cuentas con el pasado, de lectura que pueda justificar un paso en el presente hacia el futuro. Si un poema se basa en la pregunta “¿Quién soy yo?”, una antología es también otra pregunta: “¿Quién he sido yo?”.

¿No sufre la angustia de no repetirse, como ocurre a algunos autores que tienen una obra extensa?

Cuando se es joven, la virtud tiene mucho que ver con la impaciencia: hay que buscar el propio mundo, escribir mucho, acechar una voz propia. Con los años la virtud tiene que ver con la paciencia, con esa barca que espera en la orilla a que suba la marea. Repetirse es malo porque parece que se escribe con una receta y se mancha lo anterior. Yo escribo poesía ahora con una disciplinada lentitud, esforzado en solo aceptar lo que añade algo a lo ya hecho. Mi primer libro es de 1980. Dedico más tiempo a otras cosas, he escrito novela, ensayo.

¿Qué hay hoy de aquel Luis García Montero que muchos años atrás se acusaba de ser un poeta de la experiencia poniendo cara a las críticas y descalificaciones que recibía ese concepto?

Esa calificación fue utilizada durante un tiempo con desprecio para hablar de la poesía de unos poetas que intentaron separarse en los años 80 en España de una línea dominante marcada por el barroquismo, el culturalismo y la experimentación.

Eso nos parecía muy viejo y quisimos acercar nuestra poesía a la realidad. Fueron tanto las críticas, que le tomé cariño a nuestra vocación y acepté lo de la poesía de la experiencia. Hoy, en este mundo de realidades virtuales y consignas mediáticas, creo todavía en el poema capaz de poner en contacto a mi conciencia con la realidad histórica, la experiencia de carne y hueso. Me gusta la música del pensamiento y el poeta que se entiende a sí mismo como un ciudadano, no como un elegido de los dioses. Es una tradición más de la poesía.

¿Por qué considera al poeta “un artesano humilde de un oficio que es pelear con palabras"?

Porque el poeta trabaja con el lenguaje, y en cualquier oficio es tan importante la técnica como el talento personal. El primer compromiso con la poesía es la lengua, lo que ocurre es que la lengua es un patrimonio colectivo, el mayor bien social de una comunidad. Así que elegir la forma de hablar es siempre elegir una postura en la sociedad.

No creo en la tecnocracia, creo que los medios deben perseguir un fin, un sentido. Sé muy bien que a corto plazo un programa de televisión bien manipulado crea más opiniones que un buen poema. Pero creo también en el poder humilde de la poesía, su diálogo de conciencia a conciencia. Yo soy como soy, una parte de la realidad, por la poesía que he leído, así que la poesía puede cambiar el mundo. Y me gusta la palabra “modesta” porque soy partidario de las utopías modestas de las que hablaba Albert Camus. Las palabras escritas con mayúscula son peligrosas, pertenecen a la lógica de que el fin justifica los medios. Prefiero el valor de los medios que buscan un fin.

¿Es pura casualidad o existen serias razones para que Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, García Lorca y Rafael Alberti sean andaluces como usted? ¿Cómo lidió con esa herencia?

Esto lo hablé en alguna ocasión con el poeta mexicano José Emilio Pacheco. Es algo que afecta también a la tradición poética mexicana. En Andalucía no hubo revolución industrial en el XIX, no se impuso la mentalidad positivista. Eso tiene un lado negativo: la pobreza. El lado bueno es que no llegó la ideología mercantilista y se conservaron unos valores de relación con la vida, de educación sentimental, de sensualidad, que consolidaron la tradición poética. El padre de todos nosotros es Bécquer. A mí me atrae lo que Luis Cernuda escribió en Variaciones sobre tema mexicano. Se trataría de progresar económicamente sin caer en la prepotencia del lujo y el mercantilismo.

Usted tuvo una entrañable amistad con Rafael Alberti. ¿Qué aspecto de su personalidad tal vez la gente no conoce y que usted llegó a conocer?

Tuve la suerte de que Rafael se bajara del altar en el que yo lo tenía. Era el amigo de Lorca, el poeta del exilio republicano, el autor de Sobre los ángeles y Retornos de lo vivo lejano. Hice mi tesis doctoral sobre él, aprendí mucho de literatura, pero sobre todo se convirtió en un amigo, alguien que enseña más allá de los libros. Ahora que yo cumplo años valoro una lección suya: aprender a tomarse en serio a los jóvenes. Eso ayuda a conocer el mundo en el que se vive y nos mantiene cerca de la realidad cuando las agendas se llenan de amigos muertos. La herencia de los mayores busca continuación en los jóvenes.

¿Su participación en la vida política de su país no le ha hecho ganar más enemigos que amigos?

Bueno, siempre hay gente que te convierte en enemigo por pensar de manera diferente. Es verdad que hay mucho sectario, mucho dogmático, partidario del conmigo y el contra mí. Pero creo que la conciencia de un escritor es inseparable de su creación. Hay escritores de derechas a los que admiro mucho cuando hacen obras de creación, como Vargas Llosa o como Octavio Paz. Si yo no alcanzo fuerza literaria, no será por mi compromiso político: Neruda, García Lorca, Machado, César Vallejo, Alberti, Gelman han estado muy comprometidos. Si un poeta no incomoda, suele caer en la mediocridad.

También es docente universitario. ¿Qué consejos siempre les repite a sus alumnos?

Me gusta conocer su mundo y explicarles que para una comunidad es tan peligroso un viejo cascarrabias como un joven sin memoria. La transmisión de saberes es el diálogo generacional más importante, y a eso nos dedicamos los que tenemos una vocación de profesor. Mis maestros no solo me dieron un trabajo, me contagiaron una vocación. Y esa vocación es un ámbito de compromiso con la sociedad. El trabajo es el primer ámbito de generación de ciudadanía. Ser médico, profesor, ingeniero, campesino, carpintero y hacerlo bien, es participar en el tejido de la sociedad de la mejor manera posible. Yo intento enseñarles a mis alumnos a que duden de lo que les digo, a que duden de ellos, a que no se crean en posesión de la verdad. Lo importante es la voluntad de no mentir, no el creerse en posesión de la verdad.

Nunca ha escondido su pasión por el fútbol. ¿Todavía hay "poetas" en el fútbol o al menos jugadores o partidos que puedan inspirar algunos versos?

Claro, hace algunos años hice con el editor Chus Visor una antología de poemas dedicados al fútbol. Y había poetas muy importantes. El fútbol generó al principio del siglo XX una identidad, un sentido de pertenencia, en las grandes ciudades industriales que invitaban a la soledad y al anonimato. Me gusta el fútbol, pero creo con Galeano que el fútbol es importante entre las cosas que no tienen importancia. La alineación profunda de la vida tiene que ver con el hambre, la justicia, las guerras, el amor… La verdad es que me resulta muy antipático el fútbol que se ha convertido en un espectáculo de dirigentes corruptos pagados por las cadenas de televisión y de jugadores multimillonarios que defraudan a la hora de pagar impuestos.

Una trayectoria atravesada por la poesía, la novela y el ensayo es también un importante docente de letras

Luis García Montero (Granada, 1958) es poeta y catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada. Es autor de once poemarios y varios libros de ensayo. Recibió el Premio Adonáis en 1982 por El jardín extranjero, el Premio Loewe en 1993 y el Premio Nacional de Literatura en 1994 por Habitaciones separadas. En 2003, con La intimidad de la serpiente, fue merecedor del Premio Nacional de la Crítica.

Entre sus libros de poemas pueden destacarse Y ahora ya eres dueño del Puente de Broklyn (1980), Tristia (en colaboración con Álvaro Salvador, 1982, Hiperión 1989), El jardín extranjero (1983, Hiperión 1989), Diario cómplice (Hiperión, 1987), Las flores del frío (Hiperión, 1991), Habitaciones separadas (Visor, 1994), Completamente viernes (Tusquets, 1998), Vista cansada (Visor, 2008), Un invierno propio (Visor, 2011) y Balada en la muerte de la poesía (Visor, 2016).

Fragmento del prólogo de Una melancolía optimista

El escritor chuquisaqueño Gabriel Chávez es el encargado del prólogo del libro que el poeta Luis García Montero publicará en Bolivia, con la venia de la editorial paceña Plural

La poesía es inútil, sólo sirve / para cortarle la cabeza a un rey / o para seducir a una muchacha, apunta Luis García Montero (Granada, España, 1958) y  reivindica así el carácter felizmente inservible de este oficio para propósitos utilitarios, esos que el mercado espera de las cosas y de las personas para asignarles un valor, pero a la vez aquellos que harían de la poesía una mera herramienta al servicio de otras causas.  Sin embargo, como al pasar, el poeta deja dicho también que la poesía no levita en un nimbo irreal de pureza e imposibilidad: la propone eficaz para dos quehaceres humanos no menores: descabezar y seducir.   

Ese ‘descabezar’ podría prestarse a interpretaciones asaz utilitarias, mas queda claro en la obra y pensamiento de García Montero que se refiere a la posibilidad de hacer prevalecer la propia conciencia sobre la verdad coronada; esto es, a descabezar en nosotros mismos la autoridad de que se envisten discursos y poderes que solemos aceptar de forma pasiva.  

Precisamente su poesía es un relato humano (ni ejercicio narcisista ni artificio críptico, como tanta otra) que apuesta por salir de casa a buscar un lector, una lectora en las calles de la urbe o las fronteras del mundo, pues el poeta es ciudadano en la multitud –una persona como cualquier otra : Mi nombre es Luis, / soy español, / vivo en Madrid, / en el número uno, calle Larra, / me dice usted la hora, por favor– aunque también un viajero solitario (y, por tanto, libre) –soledad, libertad, / dos palabras que suelen apoyarse / en los hombros heridos del viajero–cuyo equipaje es el poema.

Una puerta mal cerrada “por la que mirar hacia dentro” de la realidad; “dentro de ella y de nosotros mismos”, poeta y lectores.  Pues, como anotaba antes, la poesía de García Montero va siempre en pos del otro, de los otros nosotros. Musita una confesión, abre un diálogo íntimo, instaura una complicidad.  
Por eso, después de leerla nos queda la impresión de haber terminado de conversar confiadamente con alguien cercano, de haberle entendido y de haber sido entendidos.  Son los suyos poemas que relatan y que, a la vez, no sabemos del todo cómo, escuchan.